Sujeto

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viernes, 15 de octubre de 2010

A propósito de Turner

Deja que la luz hable por sí misma.

Que las voces de aquellos tragados por la claridad se dibujen siguiendo el ritmo que marca el que desde la posición de honor te quiere hablar de frente, sin máscaras.


Que el ángel que nos guarda también nos recoja de dos en dos.


Que como los pihis de Apollinaire volemos agarrados, salgamos juntos del espesor claro y brillante, ayudados por el otro.


Busquemos entonces la oscuridad como el nuevo espacio de calma, de reflexión. Es allí donde ahora queremos estar, a donde tendemos cuando la luz deja demasiado claros los límites, cuando se vuelve obvia, vulgar, común…


Y sin embargo…
San Jerónimo sigue escribiendo sobre las formaciones rocosas y nubosas tras la veladura, que se insinúan, que son luz.



Luz… Me llamas y te rechazo. Me repeles y te busco. Me preocupas, me pones en movimiento.


¿Cuándo sabré si lo que quiero es estancarme y parar en la negrura o volar, ascender y quedar atrapado por lo que es blanco y no está manchado?


¿Cómo decidir si todo lo que veo es puro?

Los gritos de los espíritus encadenados me respaldan.
Los ritos de los espíritus voladores me acompañan.


El ángel no nos sobrevuela a nosotros, sino que le acompañamos, pues aquí no hay suelo, no hay nada plano. Todo encierra todas las direcciones, no hay rechazo posible.

Ahora que las voces de los espíritus se han fundido y sólo son materia, diré que he tomado una decisión:



Dejaré que sea la cuerda infinita la que por un extremo me conduzca a lo ligero y por el otro me sumerja en lo pesado. Sólo así podré hacer frente a la eternidad.