Sujeto

Sujeto

lunes, 11 de octubre de 2010

Escrito a propósito de un cuadro de Turner (Versión 2)

“C’est par là que tu te rapproches d’une autre chose”

Ya no se podía contener la vibración. En todas las direcciones se repetían los ecos y se arrastraban las sombras. Todo se correspondía, y el campo de resonancias que se sostenía sobre la superficie ligera ya no podía seguir encerrándose en sí mismo. La superficie ligera, ese verano con Monika, se había ido reduciendo hasta que todas las líneas finalmente quebraron, y con ellas todo colapsó.

Los movimientos violentos del ambiente y del aire fueron en un principio totalmente impredecibles, pero el magnetismo del centro, que era incuestionable y lo siguió siendo unos cuantos minutos, alteró sus órbitas y los volvió verticales.

Yo estaba sentado sobre una roca que, hasta ese momento, se había comportado como si fuese blanca. Los destellos coloridos sobre su superficie pesada hicieron que me sobresaltara y que abandonara el pedestal. Salté para volver a pisar el suelo. Una vez sobre él, que era rugoso y húmedo como una cueva o como una matriz, me agaché, y al agacharme pude ver mejor. Y pude reconocer también una canción hasta entonces nunca escuchada. Daba igual oír que ver porque todo se agitaba verticalmente. Era una situación que recordaba pese a no haberla vivido nunca. Ya desde el principio sabía que aquello que se movía, y que era aire, sonido y luz, no tardaría en transformarse en rocas, rojo, sangre. Así que me dejé cubrir y arrastrar. Quería ser tragado de una vez.

A medida que avanzaba (creo que entre vapor y ríos de aire), todo se volvía cíclico. Nada quedaba atrás, pues aquello a lo que antes daba la espalda pronto me miraba de frente. Quizás no haya hecho bien en decir avanzar. Iba delante de mí mismo y al mismo tiempo estaba quieto.

Supongo que en ese momento el remolino cuyo centro era yo decidió transformarse en balsa, y remé con todas mis fuerzas entre aguas claras pero totalmente espesas. Ya no podía más, así que dejé que la densidad de los líquidos sobre los que flotaba me tragara de nuevo. ¿Qué importancia tiene hacer las cosas si siempre las estoy haciendo?

Pero la luz no era lo suficientemente intensa y la balsa se detuvo. Volví a estar rodeado por paredes de piedra, por la densidad invariable de aquello totalmente reconocible. Paredes de piedra marrón que definían el contorno y el trayecto, que me guiaban al origen. Sobre ellas se insinuaba la ciudad antigua, aquella que había ignorado y que ahora me daba la espalda. Aquella a la que después de este sacrilegio ya no podría volver.


Te ha faltado humildad: No has sabido reconocer la ciudad,

Te has ido envuelto en luz, rechazando otra vez la verdad.

Un acto heroico sería el hombre que tú le pondrías:

Una gesta, una odisea o la hostilidad de una correría.


Pero las voces densas, oscuras, firmes y seguras

Si han aguantado con dignidad el paso del tiempo

Todas en pie sobre las ruinas del templo

No merecen ser pensadas como obsoletas figuras.


Son en cambio más ligeras que tu viaje superficial

Se reflejan en los cimientos y son reconocidas en todos los continentes

Cualquiera de sus antiguas guerras ha sido crucial

Y sus gentes han trascendido la categoría de fantasmas vivientes.


Sus elementos se unen en todos los puntos,

reflejan la luz a cualquier hora

Y nunca hablan con melancolía.


Todos ellos se mantienen siempre juntos

Aunque algunos desaparezcan en la aurora

Desdibujados por la luz de cualquier señalada bibliografía.


Es por eso que al dar la espalda a las rugosas paredes sobre las que se sustenta,

Tú mismo has elegido un camino que ya nunca podrá ser de vuelta.

Deberás vagar entre la bruma y el viento suave

Sitiendo siempre la falta de cualquier cosa que al suelo se agarre.


Sin embargo, una concesión se te otorgará:

La sombra y la silueta de la ciudad en tu nuevo horizonte se convertirán.