Sujeto

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sábado, 9 de octubre de 2010

La resistencia

Textos para nada
Samuel Beckett


La apariencia de un sueño. La imposibilidad del movimiento. Encontrar el gesto. Acompasarse. Volver. Volver a ser consciente. Fango, como en Victimes du devoir. Yacía en el hueco de una profunda erosión, útero materno. Salir del rincón cómodo y familiar para contemplar el hermoso panorama. Sentir el peso del cuerpo, sentirse pesado, cargar con el peso propio. Todo me resulta verdaderamente indiferente: Desapego, futilidad, incomprensión, contingencia. Autodestrucción. La casa, el hogar, el lugar conocido y cálido. Todo tiene la impresión de un cuadro de Magritte. Los otros. Sordos todos: todos igual de necios, de incapaces… Todos tienen la misma voz: La masa, la uniformidad, la falta de personalidad. La morada. También hay aquí una ascensión, como en Victimes du devoir. No sé si encuentro los vínculos o los creo, pero desde el principio pensé en esa obra de teatro. La ascensión es un tema que yo también retomo constantemente, en el que pienso a menudo; lo siento como el acceso a la ligereza (del alma, de las ideas, de los objetivos, del pasado).

Lourdeur / Légèreté

Un paisaje conocido pero nunca visto. Un paisaje del que te han hablado, que otros han creado, que todo lo que lo ha ido evocando a lo largo de tu vida, que has visto en cuadros, del que has oído hablar en poemas… ahora estás ahí, frente a él. Incluso allí sigue estando esa gente (Magritte), esos extraños. Quizás tengan la cualidad de que simplemente con mirarlos te replantees tu propio cuerpo, tu propia posición, tu postura, tu situación… Pero no, no ve sus rostros. Sus piernas están hundidas en el brezo. Hay un encuadre obligado, la mirada está forzada, no puedes mirar arriba. (“Están arriba, alrededor, como en el cementerio”: Espantapájaros, brazos en forma de cruz latina, contracampo, contraluz).

La pregunta más importante: ¿Me ven ellos, qué pueden ver de mí?: Están mirándole o no están mirándole / Están o no están / Está él o no está él.

Las preguntas de siempre se escuchan en el eco del paisaje, vuelven a aparecer múltiples lugares ya visitados, preguntas ya formuladas. Repetición, variación: Sólo así puede nacer una nueva situación.

Una hora, un mes, un año, cien años… La dilatación del tiempo. La relatividad del tiempo. La pérdida de las coordenadas (¿Quizás la posibilidad inmensa e ilimitada de un espacio totalmente abierto a todo, o sólo el vacío y la soledad?) .

Según qué entendía por aquí, por mí, por estar: La imprecisión del lenguaje, la polisemia de significados, la imposibilidad de dar una sola respuesta. De nuevo surge la duda del paréntesis: ¿La habilitación de un espacio nuevo, virgen, “potencial”, o sólo la confusión y el desorden?

Interpretar los signos, obtener información de ellos, analizarlos…
Esta pregunta no tiene respuesta/ Todas las respuestas son válidas para esta pregunta

Todo lo que he vivido, todo lo que he visto y experimentado (El mal está hecho): Estoy condicionado, no soy yo…

La imposibilidad de quedarse aquí, la imposibilidad de salir. ¿Nos encontramos en un espacio intermedio entre la vida y la muerte? ¿Un puente se ha abierto entre dos mundos? ¿Estamos creando? ¿Estamos rescatando fantasmas, devolviéndolos a la vida?

Tal como me veo: El espejo, el doble, la autoconciencia, el reflejo… Tras los puntos suspensivos podríamos decir, quizás, la distorsión.

Nada podemos.

Pero hay algo seguro. Como los signos que se interpretan, algo es seguro: La hora termina llegando. Una hora fija que nos sirve como sistema de referencia… ¡No! Esto tampoco es fijo. Relatividad, relatividad, relatividad. Hay entonces que buscar algo que sea cierto, algo que sea totalmente seguro.

La solapación del espacio y el tiempo. Los bucles tridimensionales. Solución: No intento comprender.

De momento estoy aquí, para siempre: ¿El eterno retorno?

Ya no temeré las palabras importantes: Ya soy libre, libre de los significados, de su tiranía. Fuera del nominalismo se pueden crear nuevos espacios.

El sombrero, Magritte.
Me he dejado muerto en todos los rincones, Calderón de la Barca.

Una visión: La de la propia muerte (Misterios de Lisboa, Raoul Ruiz).

Las viejas historias, la vieja Europa. Lo mismo de siempre. Lo que ya hemos oído, lo que hemos asimilado completamente.

Y en el penúltimo momento aparece el padre, la infancia, aquello que está al otro lado del río. Por eso quizás se habla de un peñón en medio de la tempestad. Esas imágenes codificadas que nos comunican y nos unen, pues nosotros, los que somos amigos, sabemos descifrarlas: El faro. Y en el último momento la madre (Recordemos el útero, aquel hueco de profunda erosión), la mía, la suya, la del cuento. Las gaviotas, un mal presagio. Se comerán nuestra carne… Y los cuentos de aventuras: Joe tirándose al agua con un cuchillo entre los dientes.

He sido mi padre y he sido mi hijo: Creo aquello que quiero creer, soy responsable de mí mismo, no puedo culpar a nadie, he hecho lo que quería hacer. Me he creado a mí mismo, he repetido las historias una y otra vez. Las manos olvidadas una en la otra (el padre de Christina Rosenvinge en Dream Room), las mías en las de mi padre (Las suyas en las de su padre). Esta es la forma de resistir. Dejemos de pensar y durmamos, pues nos tenemos agarrados el uno al otro, que es lo mismo que decir que yo me agarro a mí mismo.

Esta es la resistencia.