Sujeto

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lunes, 4 de octubre de 2010

Contratraducir

Comentario
sobre
El Maestro Ignorante
de Jacques Rancière

La importancia de este libro radica en su poder de dinamitación, pues destruye desde el primer párrafo todos los esquemas en los que se basa el sistema lectivo en el que todos, o la mayoría de nosotros, hemos sido educados (o mejor dicho, “atontados”), para sustituirlo por uno más acorde con nuestra verdadera naturaleza, un sistema justo, basado en la igualdad de la inteligencia, cuyo primer objetivo es el de la emancipación de los sujetos pensantes. Este gesto de rebeldía es esencial, pues al modificar el sistema educativo se está modificando toda la sociedad, desde la base.
Es muy arriesgado e incluso revolucionario querer terminar con todos los preceptos basados en la “explicación”, pues están tan arraigados dentro de nosotros que podrían llegar a producirse importantes estragos si se trataran de abolir. No sólo se quejarían aquellos maestros más convencidos de la eficacia de su sistema, sino que serían los propios alumnos (y por supuesto sus padres) los que pedirían, suplicarían, que no les hicieran esforzarse, vencer su pereza para descubrir por sí mismos y aprender de forma autónoma (como ya hicieron de bebés con la lengua materna), y que por favor volvieran a decirles cómo actuar, cómo pensar, cómo moverse, cómo aprender… Estamos tan integrados en esta estructura despersonalizadora e incluso deshumanizadora, tan cómodos girando en “las órbitas coincidentes del atontamiento”, todos juntos, apelotonados, chocándonos, robándonos el oxígeno unos a otros… que no queremos que nadie nos saque fuera de ese espacio común para tener que volver a empezar de cero, conectando con nuestra verdadera naturaleza y siguiendo el proceso que nos es más propio: oír, retener, imitar, repetir, equivocarse y corregirse.
Leyendo el libro no pude evitar pensar en un tema que ya antes de encontrarme con el texto de Rancière me preocupaba: cómo el dominio del lenguaje hablado puede llevar directamente a lo que se podría llamar de forma general “fascismo”. Y querría ilustrar esto con un ejemplo, que creo que Godard ya ha utilizado alguna vez: Aquel que tome una imagen y la explique, aquel que coja una fotografía y le ponga un título o aquel que, frente a fotogramas en movimiento, sitúe una voz en off, “interpretándolas”, está convirtiéndose directamente en un dictador. Y justo lo que el sistema emancipador que propone Jacotot trata de evitar es esto, que precisamente es lo que potencia el sistema tradicional, “explicador”. Lo que busca Jacotot es hacer desaparecer la figura del profesor explicador, aquel que dirige con su palabra al alumno y que es el encargado de seleccionar aquello que se va a aprender y la manera cómo se va a hacer. Aquel que pone su voz por encima de los textos escritos. Aquel que, con su mera existencia, ya está diferenciando entre inteligencias superiores e inferiores.
Aunque nunca había leído un tratado de este tipo, es cierto que las ideas que se expresan me resultan familiares, pues en muchos casos me he planteado la legitimidad de un sistema en el que una persona subida a un estrado (con todo lo que esto supone: superioridad; falta de comunicación y contacto real; transmisión vertical, y en muy pocos casos horizontal, del conocimiento; imposición… llegando, en los casos más extremos, al adoctrinamiento) se dedica a juzgar qué vale y qué no, sin tener en cuenta otro criterio distinto del suyo propio, en el cual todos debemos creer y según el cual todos debemos guiarnos y guiar nuestro conocimiento.
Uno de los términos que introduce Jacotot y que más importantes me parecieron fue el de “voluntad”, pues en este término tan largamente utilizado en la historia de la filosofía y en la historia en general encierra dentro de sí la idea completa de emancipación. La voluntad aparece frente a la necesidad, cuando las circunstancias son adversas, cuando se nos pide un esfuerzo. La voluntad es la clave para entender que no es necesaria la figura del maestro atontador, sino que cada persona por sí misma puede suprimir la distancia que la aleja del conocimiento si es que eso es lo que busca verdaderamente. Una vez la voluntad ha iniciado el proceso, y a través de la adivinanza, el tanteo, la relación de conceptos, cada humano tomará su propio poder y se hará totalmente consciente de él, pues es un poder que le permite acceder de forma universal pero a la vez íntima al conocimiento. Y no es sólo universal porque todo el conocimiento es accesible, sino porque es un conocimiento al que se accede de forma igualitaria con el resto de los seres humanos. Siempre solos y sin maestro explicador.
Leyendo recordé otra cosa que me resulta tremendamente peligrosa (y que el método propuesto por Jacotot conseguiría evitar): El acabamiento total de una obra de arte, su monosemia, la existencia de una sola posibilidad, lo cual corresponde, para mí, con un secamiento y con la infertilidad más absoluta, y, en el extremo, con cualquier sistema autoritario, ya sea político, religioso, social, económico. Aquello que sólo puede explicarse de una forma, aquello que no deja lugar para lo que en el libro se llama “contratraducción”, puede llegar a causar graves conflictos dentro de una sociedad, pues ciega la razón de las personas y despierta sus instintos más básicos, subordinados a su defensa. Hablo, por poner un ejemplo concreto y cercano a todos, de todas aquellas películas reiterativas que te están explicando constantemente qué ocurre, que te guían por un camino determinado, que no te dejan salir del sendero marcado, que se ríen de ti, de tu inteligencia, que subrayan todo tipo de emociones, que acotan significados, que tratan de evitar que los espectadores se enfurezcan al dudar, al no comprender, al tratar de ADIVINAR. ¡Son películas que terminan con el derecho a ADIVINAR! Pero ahí está el problema: Nadie quiere adivinar, nadie quiere desatontarse ni desperezarse. Quieren seguir una historia con un principio, un desarrollo y un final, una línea recta con principio y fin. Y eso es lo que este tipo de películas ofrecen: un insulto a todo lo que consideramos propio de las personas: capacidad para crear, reinventar, buscar significados, tantear posibilidades… Esto tan peligroso y dañino es en lo que se basa actualmente, como bien lo sabe Michael Haneke (cuyas películas me gustaría citar como contrajemplos de lo expuesto en este párrafo, pues son películas que exigen la participación y la atención del espectador, que le permiten desarrollar un verdadero intercambio, comunicarse verdaderamente e interactuar con la obra; serían un perfecto ejemplo del proceso descrito en el libro a partir del cual un pensamiento se hace materia y esta materia vuelve a ser pensamiento, todo a través del lenguaje de las imágenes), la televisión de hoy en día, y en estas coordenadas es en las que se mueve la mayoría de la gente. Gente que, por ejemplo, este sábado criticaba la película Poetry porque no entendía el final, porque no les habían dicho: Ha ocurrido esto, este es el desenlace, el único, no hay otro y ahora tienes que sentirte de esta manera. Poetry es una película cuyo final queda abierto a múltiples interpretaciones, una película que respeta la inteligencia que todos poseemos al mismo nivel, como se dice en el libro, pero a la vez es una película que exige atención. Te pide que te levantes, que te “despereces” y comiences a intentar pensar qué querrá haber dicho Lee Chang-dong con sus últimas imágenes, imágenes que “comunican su sentimiento y quieren compartirlo con otros seres que también sienten”. Esos últimos planos serían el ejemplo perfecto para ilustrar el siguiente pasaje del libro: “Cuando el hombre actúa sobre la materia, las aventuras de este cuerpo se convierten en la historia de las aventuras de su espíritu”. Tenemos que estar agradecidos a Lee Chang-dong, porque él sabe perfectamente que puede, a través de su lenguaje (el cine), traducir sus propios sentimientos y darnos a nosotros la posibilidad de contratraducir, pues, como artista, “tiene necesidad de igualdad”, “ha trabajado según el principio de la igualdad de inteligencias”, busca compartir, no nos explica, no nos menosprecia. Tiene en cuenta que sus imágenes se reanimarán sólo cuando el público comience a contratraducirlas. Esa es la principal diferencia entre las imágenes muertas y las imágenes vivas. Entre la verdadera comunicación y la “explicación”.
Me gustaría volver a resaltar, pues me ha parecido un tema muy interesante de entre todos los planteados en el libro, cómo el sistema atontador/explicador, es un sistema totalmente adecuado para someter y tiranizar al otro, para despojarlo de todas sus capacidades, dejarlo indefenso y entonces poder actuar sobre él, pues por sí mismo nunca comprenderá las cosas. Esto me lleva directamente a pensar en la filosofía de Platón. El año pasado, cuando estudiaba su teoría del conocimiento, la veía como un conjunto de ideas que quizás hacían demasiado énfasis en la diferencia de entendimientos, de “inteligencias”, y cuya división social y política, dirigida a potenciar en cada grupo humano aquello que le es más propio, podría resultar injusta. Ahora, tras haber leído este texto, me arriesgaría a definir el mito de la caverna, sobre todo en su parte final, cuando el iluminado debe volver para ayudar a los ignorantes a recorrer el camino a la verdad, dejando clara la incapacidad de estos, como una del as parábolas que más daño han podido hacer a la historia de la humanidad, pues ahora la considero como la piedra angular sobre la que se ha edificado el modelo que Jacotot trata de vencer, aquel que se basa en la división entre inteligentes y estúpidos, capaces e incapaces…
Por último, habría que destacar un aspecto fundamental de las teorías expuestas en el libro: En ningún momento se trata de utopías o meras configuraciones lógicas, sino que siempre tienen una aplicación tangible: “Es en la materia donde se establecen las diferencias”. Se habla de una razón e inteligencia equitativa, pero los resultados diferirán en función de cuánto sea ejercitada, del nivel de atención prestado, los cuales dependen directamente de la necesidad. Por ello, la aspiración fundamental de toda persona debería ser estar constantemente queriendo “entrar plenamente en la sociedad de los humanos”, no querer nunca aprender a través de los ojos del otro, desear poder comunicarse continuamente, contratraducir… En definitiva, sentirse siempre necesitado.